la hipérbole de un amor.

exageré, nunca te quise.

si te hubiera querido, te hubiera llamado. estoy segura que te hubiera rogado; e incluso, recuperado.

exageraste, tú me quisiste.

si no me hubieras querido, me hubieras mirado a los ojos, tus manos no habrían temblado e incluso tus besos habrían sido escasos.

pero en cambio te dejé ir. sin preguntas, sin cuestionamientos, sin reproches. y aferrada a tu almohada y amarrada a tu cama, me abrazaste y te perdoné.

claro, también lloré. y me dije a mí misma: mentirosa, exagerada. cumplí muy bien mi papel. creí que te quería, pero exageré, nunca lo hice.

si sólo te hubiera querido, tus huellas digitales no estarían en mi espalda. tu mirada que nunca me miró estaría archivada y tu boca que siempre me negó, sería un recuerdo.

¡ay, pero cuánto exageré!

te decía que te quería y pensé ‘eso basta’. en realidad, nunca te quise. por eso no te llamé, ni te rogué ni te recuperé. te dejé ir e incluso te vi partir y no dije nada. me quedé callada aceptando mi derrota. y verte feliz, sin mí, con ella; te juro, me dolía. y esa felicidad tuya, estoy segura, nunca la exageraste. ¡cómo quisiera que exageres ahora!, pero lo hiciste conmigo cuando dijiste: ‘tranquila, voy a resolverlo… espérame.’ y yo, en el suelo, desnuda, fulminada, vacía… te creí. ¡y todavía pensaba que te quería!

pero ahora sé por qué hice todo lo que hice. sólo el amor te vuelve estúpido y te permite agachar la cabeza y ceder. y de la misma manera, sólo el amor te permite volver. ahí, al mismo lugar del cual te botaron.

exageré, nunca te quise. siempre te amé.